Bailan. Bailan las cobras porque así es en el circo de los melismas soplados al unísono. Ni te das cuenta, pero ya lo tienes ahí. El veneno reposa en la nuca y sueltas una carcajada que fulmina las paradojas más atractivas.
Retumban. Retumban las pieles tersas
No. Tersas, no. Tensas.
Ah, vale.
Retumban. Retumban las pieles tensas, raspadas y fijadas, como una costra entre las piernas. Percuten y casi ensordecen, casi te sumergen en ese trance aromatizado con menta y comino.
Pinchan. Pinchan las carnes y las tuestan delante de tus narices. El hambre no cesa nunca.
Das una vuelta por la plaza, primero hacia la derecha, luego en sentido inverso. Pero tú ves la misma plaza y te dijeron que era una plaza mutante. Observas los mismos pasos dibujando infinitos y te das de bruces con él, maldita sea, con ese humo de las parrillas que te escuece los ojos.
Demasiada carne, dices.
Demasiada hambre, piensas.
Ya. Apaga aquel foco ¿Quieres?
¿Seguro?
Hay demasiada luz. A ver. Quizás con un poco de sombra se perciban mejor los volúmenes y las distancias. Es sólo para probar.
Sigue.
Vale. Sigo
* (Plaza Jamaâ El Fna, fotografía de Judit Pou)